A propósito de éste blog, hace unos días el señor Félix Ángel quiso compartirme un articulo suyo publicado en la revista Número. Se titula: ENTRE
Aquí un fragmento:
El artista —y en consecuencia el arte— de América Latina se encuentra «entre la espada y la pared». Una de las mayores preocupaciones mientras arrastra su condición de subdesarrollado, de la cual no puede desprenderse aunque quiera, es alcanzar el éxito y el reconocimiento. Para conseguirlos está dispuesto a sucumbir a cualquier tentación, y por eso termina manufacturando un resultado que en su esencia está impedido para sobreponerse a la manipulación y el sensacionalismo que desde la segunda mitad del siglo XX han promovido los encuentros y las ferias de arte, confirmando la premonición «warholiana» de lograr ser famoso por quince minutos. Sin generalizar, parece haberse entregado a su suerte con resignación, abrazando incondicionalmente el desagradable y aburrido catálogo de actitudes inducidas por las singularidades propias del primer mundo, que perpetúan la imagen de deterioro y mediocridad de la región popularizada por toda clase de documentales y noticias internacionales. Su desvarío de todas maneras se corresponde con la neurosis permanente con que la politiquería nos ha contagiado a todos, agravando la falta de voluntad para llegar a un consenso que señale el comienzo y el respeto a un orden racional con el que la mayoría pueda vivir y trabajar y, eventualmente, disfrutar ambas cosas en paz.
El resultado es una despersonalización que mimetiza extrañamente la obra de arte y a primer golpe de vista le permite lucir contemporánea a pesar de su falta de originalidad, sea en Berlín o en Estambul, y satisface la vanidad del artista, corroborando la vigencia de lo que el suizo Alain de Botton ha denominado la «ansiedad por el estatus», un síndrome tan antiguo como el ser humano, no del todo ausente entre los animales. Algo muy grave es que el público haya terminado por creer en la idoneidad de dichos formulismos y convertirse en puente para que tales premisas invadan los ámbitos nacionales, validándose con el amarillismo de la publicidad, un equivocado sentido de la lucidez, y un distorsionado compromiso social que malinterpreta la ética profesional, términos y palabras cuyo manoseo les ha desvirtuado su significado.
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