Hace unas semanas en
No resulta nada fácil hacer grandes declaraciones sobre el arte contemporáneo, sobre cuál es su función, o debería ser, sobre adónde se dirige, o lo que debería hacer, más allá de subrayar su marcha inexorable hacia el mercado en el centro del sistema, señalando a la vez la multiplicidad, cada vez más amplia, de procesos de asimilación y resistencia. Para comprender cómo funcionan las cosas, hemos de analizar los sistemas de poder, y es evidente que la teoría deconstruccionista, junto con todo el bagaje de la teoría pos-estructuralista, han ayudado en gran manera a hacerlo, y a dirigir nuestra mirada hacia el interior del funcionamiento del sistema del arte. Los resultados nos han dejado a muchos de nosotros con una sensación intensa de vacío e insatisfacción, con una cierta post-angoisse, ante nuestra propia complicidad inevitable. Hemos presenciado los rápidos viajes a la fama, sea lo que sea la versión nacional, desde Jeff Koons hasta Damian Hirst, desde Miquel Barceló hasta Kcho: todos estos pasos de baile orquestados que incluyen desde la auto promoción hasta la promoción nacional, todo ello unido a la parafernalia de reconocimiento internacional (exposiciones colectivas importantes, bienales, galerías americanas o europeas etc.) ¡Todos los encantos seductores y toda la brillantez del naufragio! Hemos asimismo observado el tal vez excesivo poder de la hornada de los llamados curadores internacionales-globales, quienes tan a menudo aparecen como organizadores fatuos y bien remunerados en nuestra cansada sociedad de espectáculo, en lugar de analistas críticos del mismo.
Texto completo en:
1 comentario:
Todo se lo debo a mi curador
y a mi gente.
Grabiel Orozco
Publicar un comentario